Súbito y constante. Así fue el dolor que interrumpió las vacaciones de Cristina. Su rápida actuación y los avances de la medicina le salvaron la vida. Casi una década más tarde, nos cuenta cómo fue para ella sufrir un infarto poco después de cumplir los 40.
Valencia, 13 de agosto de 2013. En la costa, el sofocante calor del verano no da tregua ni siquiera a última hora de la tarde. Cristina, su hijo de cinco años y su marido se acaban de arreglar para ver una carrera de caballos en la playa. Sus otros dos hijos y los abuelos ya están en Calpe, Alicante. Al día siguiente tienen previsto empezar las ansiadas vacaciones familiares en la playa. Cristina se ducha, se viste y vuelve a la habitación porque ha olvidado echarse perfume. En el baño, siente un repentino dolor en el pecho. «Necesito sentarme un momento porque me he notado algo raro», le dice a su marido. Dos minutos después, su marido se acerca hasta ella: “¿No se te pasa?”, le pregunta. El malestar de Cristina va a más y tiene que tumbarse. Define el dolor que siente en el pecho en ese momento como súbito y constante. «Esto no es normal», pronuncia ella. «Sabía que estaba pasándome algo muy grave».
Cristina contaba con dos poderosas armas en ese momento: su intuición y su profesión. Ahora lleva la supervisión de enfermería de una sala de pediatría y de una unidad de cuidados neonatales en el Hospital General de Valencia. Además, es profesora asociada de la Universidad de Valencia y, durante muchos años, ha trabajado en los servicios de Urgencias. Entrenada profesionalmente para reconocer la gravedad de sus síntomas, supo que debía actuar con rapidez.
«Nos vamos al hospital», le dice con contundencia a su marido. Él se extraña, pero ella insiste y le pide que la lleve directamente al hospital donde trabaja. Durante el trayecto, empieza a notar que el brazo izquierdo le duele. «Me iba dando cuenta de que me estaba dando un infarto, aunque me parecía muy raro». Vomita. No quiere alarmar a su marido, que debe concentrarse en la carretera para llegar cuanto antes al hospital. “¿Cómo sigues?”, pregunta él. «Bien, bien», miente Cristina.
Código infarto
Cuando Cristina llega a la puerta del hospital, del que había sido supervisora, no conoce al primer enfermero que la atiende. «Así que le dije “Tú no me conoces, pero yo he sido enfermera de Urgencias en este hospital y un 13 de agosto a las 19 de la tarde, si no es porque estoy muy muy mal, te aseguro que aquí no vengo». Cuando el enfermero le está tomando la tensión, que en ese momento era de 8-3, se encuentra con una médico que sí conoce: «Me llevó directamente al box de críticos. Y por un lado se estaba confirmando lo que yo pensaba desde el principio, pero por otro no me lo quería terminar de creer».
Se estaba confirmando lo que yo pensaba desde el principio, pero no me lo quería terminar de creer.
En ese momento el hospital activa el código infarto y a Cristina la atienden rapidísimo. Electro, medicación, UCI. Cesa el dolor y empiezan los interrogantes: ¿cateterismo sí o no? También llegan los problemas: debido a la reorganización de recursos del periodo estival, no hay Hemodinámica disponible en el hospital ese día. Tienen que trasladar a Cristina de forma urgente a La Fe en ambulancia para hacerle un cateterismo. Ya es la una de la madrugada: «Aparte de enfermera, he sido quince años técnico de rayos. Estoy muy acostumbrada a imágenes de radiodiagnóstico y a todo el tema que tiene que ver con la parte vascular. Así que lo vivía desde las dos partes, como paciente y como profesional. En ese momento los médicos empiezan a confirmar que sí, que se ve una lesión».
Su lesión tiene nombre propio: Cristina ha sufrido un infarto de miocardio provocado por una disección de una arteria coronaria.
El año pasado se implantaron en nuestro país un total de 75.167 stents
La disección coronaria espontánea es una enfermedad que tiene un origen diferente. En este caso, la pérdida de luz de la arteria coronaria no se produce por una placa de colesterol sino por una rotura de la capa interna de la pared del vaso. Es una presentación rara (menos del 0,5% de los casos) y afecta en una gran mayoría a mujeres, en edad temprana como nuestra paciente, pero también en la perimenopausia. Cada vez conocemos más de esta enfermedad, antes infradiagnosticada, gracias a los avances en técnicas diagnósticas. Aunque puede producir infarto, su pronóstico suele ser bueno.
Explica la Doctora Rosa Lázaro García, cardióloga en Olympia Quirónsalud y jefa de la Unidad de Cardiología Intervencionista del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid y del Complejo Hospitalario Ruber Juan Bravo.
Así es el “muelle” que salvó la vida de Cristina
«Los médicos deciden que hay que poner dos stents, uno seguido del otro, porque uno solo no abarcaba toda la fisura de la arteria. Y gracias a estos dos muellecitos estoy aquí”. Un stent, nos explica la doctora Rosa Lázaro García, «es una prótesis metálica endovascular, es decir, un armazón metálico tubular que se coloca en el interior de las arterias, adosado a su pared, para asegurar el paso de sangre por ellas. Las arterias del corazón, que llamamos coronarias, pueden sufrir estrechamientos en su luz como consecuencia del depósito de colesterol en sus paredes en forma de placas de aterosclerosis. Ello produce una disminución del flujo de sangre que puede derivar en angina de pecho o infarto de miocardio. Son estos casos los que necesitan un stent para recuperar el calibre normal del vaso».
75.167. Esta es la cifra total de stents que se implantaron en nuestro país en 2021 según nos informa la Asociación de Cardiología Intervencionista de la Sociedad Española de Cardiología (SEC). Una media de 200 stents al día.