Esta tecnología permite medir el ritmo cardíaco. Su uso es importante para la adaptación a la carrera, pero suele variar en función del tipo de corredor.
La actividad deportiva recreacional, sin soporte profesional, se ha extendido en los últimos años y, coincidiendo con esta sensibilización social, se ha producido un crecimiento exponencial del uso de aplicaciones que monitorizan la frecuencia cardíaca en teléfonos inteligentes. Muchas de ellas incluso miden el ritmo cardíaco con registro de una derivación del electrocardiograma.
Pero no es recomendable usarlas a la ligera. En ciertas circunstancias, si no tenemos un estado de forma adecuado, no es suficiente ‘echar a correr’ con un reloj o una pulsera mediadora de frecuencia cardíaca en la muñeca sin unas pautas previas aportadas por el médico de familia o especialista.
Nuestro corazón es la bomba del flujo del sistema circulatorio, generando una presión arterial que permite la oxigenación y nutrición de nuestros tejidos y órganos. Para ello, el corazón bombea un volumen de sangre a una frecuencia determinada y, dependiendo de la resistencia que exista en nuestros vasos sanguíneos, se genera una presión arterial.
El flujo de las arterias coronarias depende de esta presión y de la frecuencia cardíaca del corazón. Cuando hacemos ejercicio, aumentamos las demandas o la necesidad del miocardio para consumir oxígeno y poder contraerse bombeando la sangre con normalidad. Así, el incremento excesivo o mal controlado de la frecuencia cardíaca podría poner en evidencia un problema en las arterias coronarias e incrementar el riesgo de un problema cardiovascular. Todo ello, pone de manifiesto la importancia del control de la frecuencia y del ritmo cardíaco cuando nos disponemos a correr.
Diferencias entre jóvenes y veteranos
La práctica deportiva es fundamental para el control de la hipertensión arterial y hacerlo de forma habitual implica una menor frecuencia cardíaca basal (en reposo). Programar una adaptación progresiva al grado de ejercicio es clave, especialmente en corredores con factores de riesgo cardiovascular, y aquí las nuevas tecnologías aplicadas a la salud ayudan a la racionalización y seguimiento de la actividad.
Un uso adecuado de los dispositivos es un factor de ayuda para establecer programas de entrenamiento personalizados y evitar ‘sustos’ en la salud de nuestro corazón. En este contexto, el ‘smartphone’ juega un papel cada vez más relevante. El 15% de la población utiliza el móvil para una actividad deportiva y el 30% de las aplicaciones que descargamos en nuestros teléfonos inteligentes se relaciona con la salud.
No obstante, es importante diferenciar su uso según las necesidades específicas. Por ejemplo, un corredor que solo corre esporádicamente en cinta no tiene el mismo grado de entrenamiento y preparación que uno que se prepara un maratón. Así, se ha extendido el uso de aplicaciones de ‘smartphones’ en corredores más aficionados, con menor grado de entrenamiento y menor control profesional. En cambio, corredores más experimentados hacen un uso en general adecuado de los relojes deportivos para el control de su frecuencia cardíaca.
El 60% usa este reloj para controlar su frecuencia cardíaca, mientras que el 85% de los participantes en una media maratón ha usado uno o dos dispositivos de monitorización en los últimos 12 meses, según las estimaciones.
En definitiva, la utilización de sensores y teléfonos inteligentes permite un mejor control de constantes como el ritmo cardíaco y la frecuencia cardíaca, contribuyendo a ayudar a una medicina más personalizada. Sin embargo, llevar un dispositivo no sustituye la necesidad de realizar estudios precompetición, sobre todo en deportistas mayores de 40 años o en aquellos que se incorporan a la práctica deportiva después de un tiempo de inactividad.
Dr. José Ángel Cabrera, jefe del servicio de Cardiología del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid.